Dan Brown era un arquéologo muy inteligente que estaba obsesionado con los masones y sus tesoros. Un día, mientras realizaba una excavación, encontró un mapa en el que se indicaba la situación de un tesoro masónico. En el pergamino estaban escritos los lugares donde estaban las pistas para llegar al tesoro escondido.
El primer lugar era la Basílica de San Marcos. Se preparó lo más rápido que pudo y viajó a Venecia. Buscó todo el día alrededor de la basílica hasta que, cuando casi estaba anocheciendo, encontró una puerta poco visible. Después de pensarlo mucho, entró, y su sorpresa fue que encontró la tumba del último caballero cruzado, donde se encontraba el segundo lugar al que tenía que ir, y ese segundo lugar era: la biblioteca de Alejandría. Cuando salió del pasadizo secreto, se encontró con unos policías que le empezaron a perseguir por toda Venecia hasta que logró despistarlos.
Tan rápido como pudo viajó hasta la biblioteca. Se puso a buscar cualquier pista que le llevase al tesoro, hasta que encontró un libro en el que se indicaba la situación exacta del tesoro perdido de los antiguos masones. El sitio era el Templo de Salomón en Jerusalén, que era un referente masónico. Viajó hasta Jerusalén y buscó por toda la ciudad hasta que encontró el Templo de Salomón.
Cuando se encontró dentro, se guió por las pistas que había encontrado en la biblioteca de Alejandría y en la Basílica de San Marcos, hasta que llegó a una especie de cámara secreta. Para poder salir de ella tenía que descifrar una serie de códigos masones y, como él era tan experto en los masones, no tuvo problema alguno para descifrar lo que decían los símbolos: "enciende un fuego y delante de ti hallarás nuestro tesoro". Y cuál fue la casualidad que justo en en ese momento llevaba un mechero en el bolsillo. Entonces, encendió la antorcha y delante de él apareció un inmenso tesoro. Corrió lo más rápido que pudo y avisó al FBI para que fuese a buscar... el tesoro perdido de los masones.
Por Micael Cabrera (2ºA).